OTROS
Los proscritos. Los diferentes. El abuso. La disidencia. La arrogancia, la vanidad, la injusticia, el orgullo, la beligerancia y el poder. Los idiotas. ¡Nada ni nadie me ha enseñado, tanto, en la vida!
Qué mezcla de conceptos, de tipologías, de características comportamentales, de pecados capitales y de categorías de salud enfermedad se me ocurrió para encabezar esta sección. ¡Qué eclecticismo! ¡Qué barbaridad!
Y..., ¿qué es lo que tiene en común todo este batiburrillo de condiciones? Pues parece ser que han sido lecciones de vida, para mí. Lo cual es suficiente, o al menos, a mí me lo parece. Y tú, ¿no lo crees?
Acabaríamos en un pis pas diciendo que el abusador, el arrogante, el vanidoso, el injusto, el orgulloso, el belicoso, el poderoso, en una palabra, todo este tipo de idiotas, no se merecen nuestros respetos y que lo mejor es darles la espalda.
Sí, ¡acabaríamos en un pis pas!
Pero..., ¿qué habríamos aprendido, en el proceso?
Nada... o muy poco, ¿verdad?
Sin embargo, unas pinceladas de arrogancia, de vanidad, de orgullo, de avidez de poder, de justicia selectiva, de animus belli -bajo el principio de ultima ratio-..., ¿no son, acaso, propias de nuestra especie, de una proporción nada desdeñable de los miembros de la misma? Es más, me atrevería a decir, que de los seres vivos, en general. Quizás, sin ese conjunto de características que nos arrinconan en la categoría de la procacidad y la vulgaridad, deberíamos preguntarnos si habríamos llegado a nuestro grado de desarrollo evolutivo, social y económico actual.
Hay un planteamiento hipotético, en antropología evolutiva, según el cual, en el período cámbrico, hace unos quinientos millones de años, en los fondos marinos, algunos filos de seres vivos desplazaron a otros, en la lucha por medrar en el medio en que se encontraban, dada la competencia generada, primero, por la gran explosión vital que acababa de tener lugar, por las condiciones oxibióticas que se generaron durante y presidieron este período; y, después, por la necesidad de adaptación al gran cambio climático ocasionado por la corta pero intensa era glacial que incrementó los glaciares, redujo el nivel del mar y acabó con las condiciones a las que se habían adaptado un conjunto de especies que no pudieron retener su entorno, al ser desplazado por los hielos, ni sus temperaturas cálidas a las que se habían habituado. Al parecer, la capacidad de algunas categorías taxonómicas para desplazar a otras de sus nichos ecológicos, ubicándose, en su lugar, aquellas, podría considerarse una de las primeras luchas entre seres vivos que propició la victoria evolutiva de los filos, entre otros, moluscos, crustáceos y cordados. Entre estos últimos se encuentra nuestra especie.
Quizás, con esa premisa, sin un matiz de valor y de jactancia, nuestra especie no habría alcanzado la categoría de desarrollo biológico, histórico y social en que se encuentra en la actualidad. Lo cual es mucho decir y, seguramente, constituye una conclusión falaz, a partir de una premisa más hipotética que asentada. Sin embargo, aún asumiendo esta conclusión, de un matiz de valor, presunción y arrogancia a la injusticia, la beligerancia y el abuso de poder hay un gran terreno que transitar. Terreno en el que muchos de los idiotas a los que me refería en el encabezamiento del presente texto, van dejando por el camino a los proscritos, a los disidentes, a los delincuentes, a los de otra raza o cultura (estigmatización), a los diferentes (xenofobia, homofobia, morfofobia...), a los discapacitados o dependientes (discafobia), a los desgraciados, a los pobres, a los indigentes (aporofobia), a las mujeres (misoginia), a los irrelevantes, a los que no se han podido asegurar un puesto clave dentro del aparato social (clientelismo, estigmatización).
Existen en nuestra especie individuos que ostentan el poder —y no sólo político— y otros que sufren las agresiones explícitas o veladas de aquellos, la ignominia, la falta de respeto, las burlas, las risas, la sumisión, el impuesto revolucionario, la atención en segundo plano —en el mejor de los casos—, el ninguneo, el buylling, el mobing, la agresión física propiamente dicha y el abuso sistemático.
Si no se toma posición en esta pugna, si te mantienes en silencio, te conviertes en cómplice. Necesitas afrontar la situación, defender al abusado y atacar o denunciar al abusador. Si no lo haces, es pura cobardía.
Por eso mismo y más que sea, sólo por eso, ¡nada ni nadie me ha enseñado, tanto, en la vida! Lo cual tampoco significa, a efectos prácticos, que haya que enfrentarse al matón de turno para ser dilapidado. Pero sí que debemos utilizar la estrategia adecuada para conseguirlo, el apoyo, la generación del clima, la denuncia social, el recurso a la justicia y a la solidaridad del grupo. Y, para ello, son necesarias, tanto una sensibilidad natural que está genética y comportamentalmente condicionada, como un enfoque educativo que refuerce dicha orientación.
¡La educación, siempre, es la clave! Presta atención a los colectivos débiles, en general; y, al tiempo, no pierdas de vista a los que los pisotean. De los primeros, podemos aprender. De los otros, también, mientras nos planteamos la estrategia para aislarlos socialmente, si lo aceptan, reinsertándolos; y, si no, dejándolos que sigan siendo idiotas, hasta que quieran, per secula seculorum.